Los valores se reconocen como los principios o cualidades que caracterizan a una persona. Nuestros valores definen nuestros pensamientos y formas de actuar, así como intereses, sentimientos y creencias. Muchos de ellos son compartidos por la sociedad, estableciendo comportamientos colectivos. Por lo general, los valores humanos los relacionamos con respeto, amor, justicia, libertad, aceptación, honestidad, honradez, solidaridad entre otros.
¿Cuántas veces tomamos un tiempo para pensar y reflexionar acerca de nuestros valores?
Presentar estas 3 historias tiene como finalidad abrir un espacio a la reflexión. Analizar su significado y conectar con los valores que hay en ti…
Tabla de Contenidos
El rey y sus máscaras
El Rey y sus máscaras.
El rey de aquel país era tan cruel y malvado, que toda su maldad se reflejaba en el rostro. Lo mismo sucedía con el ejército.
Este rey era un gran conquistador y se había apoderado de todos los países vecinos. Le faltaba, sin embargo, la comarca que limitaba con su reino por el sur. Esta comarca estaba habitada por gentes honradas y laboriosas, que trabajaban con alegría y entusiasmo. Por ello, el país había alcanzado un alto nivel de desarrollo y prosperidad.
Con la idea de conquistar el país, el rey infiltró en él a su ejército, y para que no reconocieran a sus hombres les mandó cubrirse el rostro con caretas de personas alegres, risueñas y bondadosas.
Nadie, al ver aquellos hombres de rostro simpático y agradable, sospechó que eran unos temibles invasores. Los soldados, disfrazados y escondidos bajo sus máscaras, se incorporaron de inmediato a la vida de aquella nación.
Al amanecer, se levantaban con los primeros rayos del sol y se juntaban con los habitantes de ese país para entregarse a las labores del día. El grupo que se unió a los campesinos, se fue al campo cantando esta canción:
“Vamos todos al campo, cantando a trabajar, con amor sembraremos, y juntos recogeremos la cosecha y la flor”
Al atardecer, luego de la dura labor, regresaban cantando también. Mientras comían y descansaban, escuchaban las bellas historias de aquel pueblo, sus leyendas y tradiciones, las hazañas de sus héroes y sabios, sus costumbres, la invitación repetida a la honestidad, el trabajo y la unión. Allí residía el secreto de su prosperidad y alegría.
Pasaron los días y los meses. Aquellos soldados esperaban la orden del rey para atacar. Mientras esperaban, trabajaban, reían, cantaban, imitaban en todo a los otros ciudadanos. Diariamente salían al campo, al amanecer, cantando alegres y felices…
Por fin llegó el día que el rey emitió la orden fatal de atacar, destruir y matar. Entró a la ciudad y buscó a sus bravos y crueles soldados entre la multitud. Pero no los encontró. En vano buscó por todas partes. Y era que no los reconocía, porque todos sus hombres, tenían los mismos rostros risueños, simpáticos y amables.
¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba su ejército?
Cuenta la historia que los soldados cuando se enteraron de la orden del rey, trataron de quitarse las máscaras, de arrancárselas del rostro, pero no pudieron. Tanto habían imitado a aquellos excelentes ciudadanos que se habían vuelto como ellos., y las máscaras se había incorporado a la piel formando parte de ella. Por eso, ya no pudieron volver a ser unos crueles soldados.
Todos se transformaron, unos en campesinos alegres y trabajadores, otros en artesanos, otros en escritores y poetas…Y todos siempre unidos, entonaban diariamente al amanecer, un canto al trabajo y a la vida.
¿Y el rey cruel? Bueno, él tuvo que regresar a su reino, derrotado y solitario, víctima de su propia maldad, la cual se volvió contra él.
Autor: Alejandrina Gómez.
Cuento de la cuota inicial
¿Cuál será tu destino eterno?
Una señora soñó que llegaba al cielo y que junto a las 120.000 personas que mueren cada día, hacía fila para saber cuál iba a ser su destino eterno. Al rato, llegó San Pedro y les dijo:
Vengan todos conmigo que les voy a mostrar el lugar que le corresponde a cada uno, según la cuota inicial que pagaron en la tierra durante su vida.
Llegaron primero a un lugar lujoso, donde todo había sido construido con oro. Paredes, techos, pisos, los cuales resplandecían con un brillo sublime.
Aquí van a vivir los generosos, los que amaron de verdad, los que entregaron su vida al servicio de los demás: Los que partieron su pan con el hambriento, los que regalaron sus vestidos a los pobres, los que visitaron y consolaron a los enfermos y a los presos…
La señora se puso muy contenta y se apresuró a entrar, pero un ángel la detuvo con estas palabras: perdone usted que en la tierra solo supo dar migajas, ropas viejas que ya no usaba. Jamás dio usted algo que en verdad le costara. Le falta la cuota inicial para adquirir una de estas casas.
De allí pasaron a otra urbanización de la eternidad, cuyas casas estaban hechas de marfil. Aquí también, todo era lujo y belleza.
Cuando la señora se disponía a entrar, otro ángel la tomó del brazo y le dijo muy respetuosamente: Lo siento, señora, pero estas viviendas están reservadas para los que siempre trataron con cariño a los demás, para los que tuvieron palabras de aliento y de ánimo, y usted se la pasó chismeando y hablando mal de otros.
Las casas de la siguiente urbanización eran todas de cristal y resplandecían llenas de luz. De nuevo la mujer dirigió sus pasos a una de esas maravillosas mansiones, pero el ángel la detuvo y le dijo muy serio: Usted no puede entrar aquí, señora.
En su pasaporte dice que usted nunca se preocupó por enseñar a los demás, y esta urbanización está reservada para los auténticos maestros, todos aquellos que trataron de hacer de su vida una lección y un ejemplo digno de imitar.
Aquí se cumple lo que anunció el profeta Daniel: “Quienes enseñen a otros a ser buenos, brillarán como estrellas por toda la eternidad” y usted nunca se preocupó porque las personas que vivían junto a usted se hicieran mejores. Le falta la cuota inicial.
Así fueron visitando otras bellas urbanizaciones donde no le permitieron entrar por faltarle la requerida cuota inicial. Ya al atardecer, llegaron a un barrio sucio y miserable, cuyas casas estaban todas construidas con basura. Los zamuros volaban sobre ratas y cucarachas.
La señora se colocó un pañuelo en la nariz por no soportar la fetidez. Se disponía a salir del lugar cuando un guardia le dijo con voz cortante y seca: Una de esas casas es su vivienda. Puede usted tomar posesión de ella.
La mujer empezó a gritar y a decir que nunca podría vivir en una casa así, pero el guardián la detuvo en seco: Esto es lo único que pudimos construirle con la cuota inicial que usted envió desde la tierra. Cada día nos llegaba su envió de murmuraciones, chismes, ofensas, egoísmos, tacañería, envidias, odios…
¿Qué era posible construir con todo eso? Fue usted la que envió los materiales para fabricarle la vivienda.
La señora comenzó a llorar y a gritar y al intentar zafarse de las manos de los guardianes que la obligaban entrar a la vivienda, se despertó.
Tenía la almohada empapada en sudor y de lágrimas, pero aquella pesadilla le sirvió de examen de consciencia y desde ese día comenzó a pagar su cuota inicial para una buena morada en la eternidad. Generosidad hacia el otro, pulcritud y firmeza en el trato, y esmero para lograr que otras personas fueran mejores.
Autor: Antonio Pérez Esclarín
El secreto de la felicidad
El cofre el secreto de la felicidad.
Hace muchísimos años, vivía un sabio del que se decía que guardaba en un cofre el secreto de la felicidad. Los reyes y señores poderosos de la tierra le ofrecían al sabio sus fortunas y poderes para que les mostrara el contenido del cofre. Algunos incluso intentaron arrebatarle el cofre por la fuerza, pero todos sus esfuerzos resultaron vanos pues como el hombre era muy sabio siempre se las ingeniaba para que nadie encontrara su cofre.
El buen hombre vivía cada día más feliz, mientras que aumentaba la infelicidad de todos los que, carcomidos por la envidia y la impotencia, buscaban en vano apoderarse del cofre.
Un día se presentó ante el sabio un niño rogándole que le descubriera el secreto de la felicidad. Al ver su pureza y sencillez, el sabio le dijo:
A ti si voy a mostrarte mis secretos. Ven conmigo y presta mucha atención. En realidad, son dos los cofres donde guardo los secretos para ser feliz. Y esos cofres son mi mente y mi corazón. Por eso nadie los ha encontrado todavía por mucho que han venido a buscarlos y han removido por la fuerza todos mis enseres y mis muebles.
En gran secreto que guardan estos cofres son una serie de pasos que debes seguir en la vida si en realidad quieres ser feliz.
El primer paso es reconocer la existencia de Dios en todas las cosas y por lo tanto debes amarlo y dar las gracias por todo lo que tienes y te sucede.
El segundo paso es quererte a ti mismo. Quererte mucho y todos los días al levantarte y acostarte repetirte “yo soy importante, yo valgo mucho, yo soy capaz, yo soy inteligente, yo soy cariñoso, espero lo mejor de mí y no hay obstáculo que no pueda vencer”
El tercer paso consiste en poner en práctica todo lo que dices y eres. Es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño a las personas que amas; si piensas que no hay obstáculo que no puedas vencer, proponte metas en tu vida y alcánzalas.
El cuarto paso consiste en que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, pues la envidia llena el corazón de dolor y rabia. Ellos alcanzaron sus metas, esfuérzate tú por lograr las tuyas.
El quinto paso te pide no albergar rencor en tu corazón, si alguien te hiere abre tu corazón y déjalo atrás.
El sexto paso no tomes las cosas que no te pertenecen, recuerda las leyes de la naturaleza, si hoy quitas algo mañana perderás algo de mayor valor.
Séptimo paso, no maltrates a nadie, todos los seres en el mundo tienen derecho a ser respetados y amados.
Por último, levántate siempre con una sonrisa a flor de labios, mira a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bello de la vida, piensa en todo lo que se te ha dado, y en lo privilegiado que eres al estar vivo.
Ayuda desinteresadamente a los demás y mira con amor a quienes te rodean y, sobre todo, comparte el secreto de la felicidad como lo hice contigo…
Autor: Antonio Pérez Esclarín
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Referencias
Pérez, A. (2004) Para Educar Valores. Nuevas Parábolas. Caracas: Ediciones San Pablo.